Las mujeres, a través del tiempo, les guste a muchos y les pese a otros, hemos ido ganando terreno en diversas actividades consideradas, por milenios, exclusividad de los hombres. Pero nunca sospeché que el hombre iba a competir con la mujer por el título de histérico. La histeria, atribuida por siempre a la mujer, ahora, por razones que aun no logro comprender, lleva pantalones.
– No le des bola, es un histérico, me dijo Sofía mientras me pasaba el mate, después de relatarle que la noche anterior había visto a Ramiro en una fiesta. – Cuando menos bola le des, mejor, sentenció Sofía.
¿Cómo mejor?, me dije internamente. Si a mi Ramiro me gusta, me encanta. Si no le doy bola, ¿como va a saber él que me gustaría que estemos más íntimamente?. ¿Así se entiende la gente?. Pero Sofía tiene razón en un punto: Ramiro es un histérico, y yo agregaría que es el prototipo del histérico. Ramiro es un muchacho que aparenta seguridad, es muy lindo, es divertido, y se autodefine como mujeriego. También es inteligente y se puede conversar con él. Pero a mi su cabeza no me interesa. La verdad es que desde que conozco a Ramiro solo fantaseo con fundir nuestros cuerpos apasionadamente. Cuando Ramiro habla a veces me pierdo mirando como mueve la boca, imaginando qué puede hacer con esa boca, y pensando como hacer para besar esos labios carnosos. Porque Ramiro no es fácil. Se escabulle como el agua entre las manos.
– Es simple Sofi, si no me da bola es porque no le gusto. No tengo por qué gustarle.
– No Julia, no es eso, es un histérico.
¿Por dónde pasa la histeria masculina? De las mujeres que conozco y puedo afirmar que son histéricas, he observado que hacen una especie de jueguito de seducción con los hombres de tira y afloje, que si, que no, pero que al final el hombre, si no se cansa antes, termina convenciéndola con un sí de lo que ellos están buscando. Pero... cómo hago para sacarle un sí a Ramiro, antes que huya despavorido.
Ramiro es un hermoso manojo de neurosis que quiero que pase por mi cama, pensaba, mordiendo la bombilla del mate, mientras Sofía hacía pasar a María y Emilia.
– ¿Qué tal estuvo la fiesta, Julia?, pregunta María. Como todos los sábados a la tarde, allí estábamos, en casa de Sofía, nosotras, cuatro amigas, reunidas a la vera del mate, para contarnos nuestras aventuras y desventuras de la semana. Más que hábito es una institución. Una cita obligada. Casi diría que es un ritual. Un ritual lleno de la magia que sólo nuestra amistad entiende, y que sólo de nuestra amistad se nutre. Era otro sábado más del calendario, y el tema central de conversación esta vez sería Ramiro.
– ¡Otra vez Ramiro! Mejor perderlo que encontrarlo, dice tajantemente Emilia. Su mirada desaprobatoria se clava en la mía. Muerdo mi labio inferior y sonrío… - ¿perderlo? - pienso - si nunca lo tuve.
– Está re lindo Ramiro, todo durito. Lindo chiquito. Yo que vos aprovecho Julia. María había tomado la posta de cebadora de mate, y me convida un amargo.
– Bien María, vos si que me entendés… Ahora, la parte esa de que yo debería “aprovechar” es, justamente, donde la historia se complica.
Después de mucho analizar los distintos episodios de la serie “Ramiro el histérico”, esa tarde llegamos a la conclusión de que Ramiro sabe lo que yo busco de él, y es ahí donde su histeria aparece. Si el problema fuera que él no se siente atraído por mí, lo dejaría bien en claro. Pero él no es claro. Él despliega sus encantos y toda su anatomía delante de mí y en el momento en que yo me preparo para lanzarme, “puf”, desaparece.
No encontraba la manera de “aprovechar” la situación. Los encuentros con Ramiro en su mayoría habían sido casuales, porque frecuentábamos los mismos lugares nocturnos. Él siempre estaba con sus amigos, ¿y qué mejor refugio para un histérico que sus amigos?. La única estrategia que alguna vez tuve en mente, era la de un encuentro a solas. Pero eso nunca había sido viable. La vez que más cerca estuve, o por lo menos pensé que cabía la posibilidad de que suceda, fue poco tiempo después que él me contara que estaba viviendo solo. Esa noticia había despertado innumerables fantasías sobre distintas visitas a Ramiro en su nuevo hábitat, alimentadas por frases como: “Pasá cuando quieras Julia, así conoces mi casa”, “A partir de las 19 me encontrás seguro”.
Al anochecer de un sábado cualquiera me encontraba en casa de María. Nuestra conversación se interrumpe con el ingreso de un inesperado mensaje a mi celular de Ramiro, preguntándome sobre algún evento nocturno. El pretexto de su consulta abrió un diálogo de texto, del cual surgieron datos interesantes: estaba sólo, en su cama, dispuesto a levantarse para destapar una cerveza ya que la noche estaba hermosa. Naturalmente interpreté que la alusión a la hermosa noche y a la cerveza no era más que una invitación encubierta.
– No le des bola, es un histérico, me dijo Sofía mientras me pasaba el mate, después de relatarle que la noche anterior había visto a Ramiro en una fiesta. – Cuando menos bola le des, mejor, sentenció Sofía.
¿Cómo mejor?, me dije internamente. Si a mi Ramiro me gusta, me encanta. Si no le doy bola, ¿como va a saber él que me gustaría que estemos más íntimamente?. ¿Así se entiende la gente?. Pero Sofía tiene razón en un punto: Ramiro es un histérico, y yo agregaría que es el prototipo del histérico. Ramiro es un muchacho que aparenta seguridad, es muy lindo, es divertido, y se autodefine como mujeriego. También es inteligente y se puede conversar con él. Pero a mi su cabeza no me interesa. La verdad es que desde que conozco a Ramiro solo fantaseo con fundir nuestros cuerpos apasionadamente. Cuando Ramiro habla a veces me pierdo mirando como mueve la boca, imaginando qué puede hacer con esa boca, y pensando como hacer para besar esos labios carnosos. Porque Ramiro no es fácil. Se escabulle como el agua entre las manos.
– Es simple Sofi, si no me da bola es porque no le gusto. No tengo por qué gustarle.
– No Julia, no es eso, es un histérico.
¿Por dónde pasa la histeria masculina? De las mujeres que conozco y puedo afirmar que son histéricas, he observado que hacen una especie de jueguito de seducción con los hombres de tira y afloje, que si, que no, pero que al final el hombre, si no se cansa antes, termina convenciéndola con un sí de lo que ellos están buscando. Pero... cómo hago para sacarle un sí a Ramiro, antes que huya despavorido.
Ramiro es un hermoso manojo de neurosis que quiero que pase por mi cama, pensaba, mordiendo la bombilla del mate, mientras Sofía hacía pasar a María y Emilia.
– ¿Qué tal estuvo la fiesta, Julia?, pregunta María. Como todos los sábados a la tarde, allí estábamos, en casa de Sofía, nosotras, cuatro amigas, reunidas a la vera del mate, para contarnos nuestras aventuras y desventuras de la semana. Más que hábito es una institución. Una cita obligada. Casi diría que es un ritual. Un ritual lleno de la magia que sólo nuestra amistad entiende, y que sólo de nuestra amistad se nutre. Era otro sábado más del calendario, y el tema central de conversación esta vez sería Ramiro.
– ¡Otra vez Ramiro! Mejor perderlo que encontrarlo, dice tajantemente Emilia. Su mirada desaprobatoria se clava en la mía. Muerdo mi labio inferior y sonrío… - ¿perderlo? - pienso - si nunca lo tuve.
– Está re lindo Ramiro, todo durito. Lindo chiquito. Yo que vos aprovecho Julia. María había tomado la posta de cebadora de mate, y me convida un amargo.
– Bien María, vos si que me entendés… Ahora, la parte esa de que yo debería “aprovechar” es, justamente, donde la historia se complica.
Después de mucho analizar los distintos episodios de la serie “Ramiro el histérico”, esa tarde llegamos a la conclusión de que Ramiro sabe lo que yo busco de él, y es ahí donde su histeria aparece. Si el problema fuera que él no se siente atraído por mí, lo dejaría bien en claro. Pero él no es claro. Él despliega sus encantos y toda su anatomía delante de mí y en el momento en que yo me preparo para lanzarme, “puf”, desaparece.
No encontraba la manera de “aprovechar” la situación. Los encuentros con Ramiro en su mayoría habían sido casuales, porque frecuentábamos los mismos lugares nocturnos. Él siempre estaba con sus amigos, ¿y qué mejor refugio para un histérico que sus amigos?. La única estrategia que alguna vez tuve en mente, era la de un encuentro a solas. Pero eso nunca había sido viable. La vez que más cerca estuve, o por lo menos pensé que cabía la posibilidad de que suceda, fue poco tiempo después que él me contara que estaba viviendo solo. Esa noticia había despertado innumerables fantasías sobre distintas visitas a Ramiro en su nuevo hábitat, alimentadas por frases como: “Pasá cuando quieras Julia, así conoces mi casa”, “A partir de las 19 me encontrás seguro”.
Al anochecer de un sábado cualquiera me encontraba en casa de María. Nuestra conversación se interrumpe con el ingreso de un inesperado mensaje a mi celular de Ramiro, preguntándome sobre algún evento nocturno. El pretexto de su consulta abrió un diálogo de texto, del cual surgieron datos interesantes: estaba sólo, en su cama, dispuesto a levantarse para destapar una cerveza ya que la noche estaba hermosa. Naturalmente interpreté que la alusión a la hermosa noche y a la cerveza no era más que una invitación encubierta.
4 Comentarios:
y que paso????? para cuando la continuacion?????
Noooooooooo, no puedes ponerle suspenso a esto. No demores en publicar la segunda parte.
Me encantan tus historias Julia, es bueno saber que las cosas no le pasan solo a una.
Parece que los Ramiros abundan! vamos a ver como sigue...
Los histericos son la calamidad de esta epoca !!!
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