Habla Ernesto

Estoy entrando a la provincia. Hace mucho calor y bajo las ventanillas para que entre el aire que viene de la ruta. Una de las razones, quizás la principal, de tener este trabajo, de haberlo elegido pese a sus deseventajas, es la ruta. Mi mano en el volante mientras la otra mete un cambio, coordinando los movimientos de los pies, mirando el tendido del asfalto, como una alfombra gris sobre un campo verde, y mi mirada siempre adelante, soñando que viajo a lugares desconocidos, fascinado con el ruido del motor. Ah, el motor ruge, y mi corazón se acelera, como el auto. El motor de mi auto mueve mi vida. Ruge, desafiante, ganándole al espacio y a la autopista. Me siento libre. Cada viaje me hace despegar de mi absurda realidad. Silvia no entiende que yo necesito como combustible para mi vida pasar horas en la ruta, sin escuchar a nadie, ni siquiera a la radio, sólo el motor.  No hay insturmento más afinado que un motor a punto. No hay libertad más libre que la de dejarse llevar. ¡Silvia! ¿Cómo puede comparar su amor por los zapatos con mi amor por  viajar en mi auto? Uf. Qué tontería. Los zapatos no le dan libertad, no son parte de su forma de ser, no son más que un capricho consumista de mujeres embobadas con las películas yanquis. ¿O será que tiene interés en el vendedor ese, más que por los zapatos? La semana pasada, cuando Alejandro me preguntó por mi esposa, y le mandó saludos, me pareció que no lo hizo de amable. Le brillaban los ojos y me desvió la mirada. ¿Será que se la quiere levantar a Silvia? ¿Con esa cara de boludo? Nah. Ahora, si Silvia le diera pelota está muy mal de la cabeza, porque este tipo de ¡local de zapatos! no va a salir nunca. No tiene iniciativa. No es como yo, que tengo este laburo por el placer de viajar y no por la guita. Yo soy ambicioso, tengo cabeza y me voy a hacer rico. Si, señor. Es cuestión de suerte, que es lo único que me falta, porque la capacidad me sobra. Llegará el día en que lance un producto único en el mercado, que no se consiga ni por internet, ni por televentas, , que sólo se puede vender viajando; voy a tener una cadena de viajantes: la primer cadena federal de viajantes de un producto exclusivo. Sería un golazo, no me vas a decir que no. Es un golazo. El detalle que falta es conseguir el producto exclusivo, pero ya va a aparecer. Y si Silvia prefiere a ese perdedor en lugar de un ganador como yo, a un perdedor lleno de zapatos, que pareciera que es lo único que le importa en la vida, que se joda. Allá ella.
No, ¿pero qué estoy pensando? Si yo la quiero a Silvia y ella sería incapaz de meterme los cuernos. Le gusta ir todas las semanas a probarse zapatos y nada más, nunca me engañaría. Nunca me dejaría solo. Solo. No, no lo soportaría. No soportaría llegar a casa después de una largo viaje y que no haya nadie esperándome, que nadie me recibiese, me preguntara cómo me fue y me ofreciera algo para tomar y un abrazo de bienvenida. No soportaría estar solo. Nunca me lo banqué. Ni cuando era un pibe, como esa vez de chiquito que me dejaron salir antes de la escuela porque se había cortado el agua, y llegué rápido a casa y me di con que no había nadie, papá y mamá estaban trabajando, y yo no tenía llave para entrar. Y claro, qué iba a tener llave si tenía 6 o 7 años. Qué feo, no me olvido más. Estuve unas seis horas esperando, sentado en el cantero, solito, con hambre, sueño y frío, llorando por mi mamá, abrazado al portafolio. ¡Pero qué pelotudo, estoy llorando de nuevo! No, Silvia no me va a dejar.
¿Pero que hace este camión que no me deja pasar? ¡Dale, papá!

3 Comentarios:

Cecil dijo...

:O

priiiiiiiii

Cecil dijo...

aiiiiiiiiii pobre cornudo, digo... Ernesto.

Nunca subestimes el poder de la negación.

estem... yo no quiero ser aguafiestas, pero si aparece cada tanto por mi blog, no se le caen los dedos ni nada eh :P

reclamo mode OFF jajaja

Gaby Cuenteando dijo...

Paaaaaaaaaabre, Ernesto, pero digamos que él se la busca, no? Es un nene aferrado a mamá :(.

Juliiiiiiiii! La miss you, sépalo!