Saliendo de la adolescencia, hace mucho tiempo atrás, una faceta histérica que desconocía empezó a asomar en mi persona cada vez que me hallaba en presencia de Diego, un muchacho, que por cierto, también la tenía. Éramos un continuo ir y venir sin sentido; un agotador, desesperante e incomprensible juego, que concluyó de repente cuando nuestros labios se encontraron en innumerables besos. Esos días para mí habían sido confusos. No podía explicarme por qué actuaba de esa manera. Lo buscaba, me hacía la linda, coqueteaba, y cuando él se mostraba interesado, me inhibía y me alejaba. No recuerdo cuanto tiempo se prolongó éste escenario infantil. Una vez llegado los besos, ilusamente me sentí cual “Femme Fatal” después de su conquista, creyéndome que había logrado que Diego se rindiera a mis pies, considerándome la dueña de la situación. Diego acarició mi mejilla después de un largo beso. Contemplándome en silencio, detuvo su mirada en mis ojos.
– Me gustan tus ojos, tus cejas, tu boca. Julia, sos hermosa - me dijo mientras con su dedo índice delineaba el contorno de mis ojos, de mis labios, y luego acarició mi pelo. Me sentía plena, bajo la luz de la luna, en aquella madrugada donde el frío no importaba porque Diego pensaba que yo soy hermosa. Tímidamente sonreí. Diego suspiró.
– Pero no me gusta tu forma de ser; mi tenue sonrisa se esfumó sin dejar rastro. Empecé a sentir el frío de la noche helada. Nadie antes había tenido la habilidad de herirme diciéndome hermosa. Yo no le gustaba, pero sí mi aspecto. ¿Que cambió? Si siempre había gustado más por mi personalidad que por mi belleza. Era raro que yo me sintiera una chica linda. La mayoría de las veces me sentía fea. Cuando un chico me decía hermosa colmaba de satisfacción mi autoestima, aunque no siempre lo creía. Sin embargo, el hecho de que Diego me encontrara atractiva no significaba nada porque mi personalidad, "yo", no le agradaba. Que fea sensación. Me habían llamado fea en más de una oportunidad, pero nunca me habían lastimado tanto alabando mi hermosura.
No obstante, Diego no era el único al cual no le gustaba mi forma de ser: a mí tampoco. En aquellos días no me reconocía. Tal vez no quería aceptar que Diego me atraía, y la duda me arrancaba de su lado cuando todo parecía estar encaminándose hacia algún lugar en común. Si la histeria pretendía brotar de mí para instalarse en mi conducta, esa bofetada de palabras sacudió mi ego, erradicando esa histeria incipiente para siempre. Quizás a Diego sí le gustaba mi forma de ser, y buscó una manera de arrancarme del papel de “Femme Fatal” que me había posesionado. Posiblemente fue una expresión de venganza. O acaso, como bien lo dijo, no le gustaba mi personalidad. No conozco sus motivos. Nunca más lo ví. Corolario de esa noche fue la enseñanza de que yo podía escoger cómo comportarme, y que jamás apelaría a la histeria como opción para relacionarme con los hombres. ¿Para qué complicar, más de lo que son, las relaciones humanas?
– Me gustan tus ojos, tus cejas, tu boca. Julia, sos hermosa - me dijo mientras con su dedo índice delineaba el contorno de mis ojos, de mis labios, y luego acarició mi pelo. Me sentía plena, bajo la luz de la luna, en aquella madrugada donde el frío no importaba porque Diego pensaba que yo soy hermosa. Tímidamente sonreí. Diego suspiró.
– Pero no me gusta tu forma de ser; mi tenue sonrisa se esfumó sin dejar rastro. Empecé a sentir el frío de la noche helada. Nadie antes había tenido la habilidad de herirme diciéndome hermosa. Yo no le gustaba, pero sí mi aspecto. ¿Que cambió? Si siempre había gustado más por mi personalidad que por mi belleza. Era raro que yo me sintiera una chica linda. La mayoría de las veces me sentía fea. Cuando un chico me decía hermosa colmaba de satisfacción mi autoestima, aunque no siempre lo creía. Sin embargo, el hecho de que Diego me encontrara atractiva no significaba nada porque mi personalidad, "yo", no le agradaba. Que fea sensación. Me habían llamado fea en más de una oportunidad, pero nunca me habían lastimado tanto alabando mi hermosura.
No obstante, Diego no era el único al cual no le gustaba mi forma de ser: a mí tampoco. En aquellos días no me reconocía. Tal vez no quería aceptar que Diego me atraía, y la duda me arrancaba de su lado cuando todo parecía estar encaminándose hacia algún lugar en común. Si la histeria pretendía brotar de mí para instalarse en mi conducta, esa bofetada de palabras sacudió mi ego, erradicando esa histeria incipiente para siempre. Quizás a Diego sí le gustaba mi forma de ser, y buscó una manera de arrancarme del papel de “Femme Fatal” que me había posesionado. Posiblemente fue una expresión de venganza. O acaso, como bien lo dijo, no le gustaba mi personalidad. No conozco sus motivos. Nunca más lo ví. Corolario de esa noche fue la enseñanza de que yo podía escoger cómo comportarme, y que jamás apelaría a la histeria como opción para relacionarme con los hombres. ¿Para qué complicar, más de lo que son, las relaciones humanas?
5 Comentarios:
Bravo Julia! Basta de histeria, disfrutemos de los encuentros sin tanta vuelta!
Si, dejemos de alimentar la histeria. Desterremos la histeria de una vez!
eso te dijo ese tipo? que imbecil
A veces nos encontramos con estos personajes, que saben donde pegar. Que poeta el Nano! maldito sapo que juega con las palabras mas crueles y me deja suspirando. Pero no debe desaparecer la histeria del todo, no habría manera de jugar antes de mostrarse; después de todo existen las mentiras piadosas, hagan uso, carajo!
Aguanten las mentiras piadosas!! Yo no pretendía casarme con él, ni ser la novia. Que necesidad tenía, eh?.
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