"Cuando se despertó, no recordaba nada de la noche anterior, “demasiadas cervezas”, dijo al ver mi cabeza al lado de la suya, en la almohada…
y la besé otra vez,pero ya no era ayer, sino mañana".
Donde habita el olvido. Joaquín Sabina.
y la besé otra vez,pero ya no era ayer, sino mañana".
Donde habita el olvido. Joaquín Sabina.
Ana, es una amiga oriunda del interior de la provincia, que vive en la ciudad capital. Mediando un mes de noviembre, en nuestros tempranos veinte años, Ana me pregunta:
- ¿Me acompañas a un casamiento este fin de semana?.
- ¿A un casamiento? -pregunto sorprendida. Qué iba a hacer en un casamiento al que yo no estaba invitada. – ¿Quien se casa?.
- Se casa un amigo en un pueblo vecino al mío… dale, acompañame… no tengo ganas de ir a casa sola porque estoy peleada con mis viejos. Si venís conmigo no me van a joder.
No me convencía mucho la idea de ir a un casamiento de “colada”, y con gente que no conocía, pero no pude negarme. Con Ana somos amigas y compartíamos la mayoría de salidas a bailar a los boliches de aquella época, y ella me había contando de sus amigos de allá. Todo parecía prometer que nos íbamos a divertir.
Un sábado a la mañana llegamos a la casa de Ana, ubicada a orillas de un lago, donde pasamos un buen rato contemplando el paisaje, conversando y tomando mate. Durante la tarde, tomamos el auto de sus padres y salimos a pasear. Recorrimos el pueblo y visitamos distintas amistades de Ana, que también estaban invitadas al casamiento de esa noche.
– ¿Te dijeron Ana que el festejo es en el club?, pregunta Paula.
– Si, algo escuché. ¿Hay que pagar tarjeta?
– No Ana, no es con tarjeta. Directamente en el club compras la comida – contesta Diego.
– Es “a la canasta”, agrega Paula. – Si vos querés, compras la comida allá, o te llevas lo que vas a comer. Lo que hay que llevar es la bebida.
– Más que “a la canasta” es “a la conservadora”, dice Diego. ¡Llevo la conservadora de camping llena de fernet! – Todos reímos.
Volvimos a casa de Ana ya que estaba oscureciendo y había que prepararse para el casamiento. Íbamos a ir al otro pueblo en la camioneta de Paula. A la Iglesia llegaríamos tarde, así que fuimos directamente a la fiesta. Una vez llegadas al club, Ana me presentó al resto de sus amigos, y compartimos una larga mesa armada con un gran tablón y varios caballetes. Debajo de la mesa había varias de las conservadoras que había mencionado Diego, que desbordaban de botellas de cerveza, fernet, gaseosas y vino tinto. La fiesta se desarrollaba como cualquier otra fiesta de casamiento. La gente cenaba entre risas y brindis después de las exclamaciones de “vivan los novios”, los recién casados recorrían las mesas, sacándose fotos con los invitados. Nuestra mesa, llena de gente joven, tal vez era una de las más divertidas. Y el alcohol abundaba. Ana había divisado en otra mesa al que alguna vez fue su novio y que en los reencuentros solían arder las cenizas nuevamente. Sentado cerca de Paula, que estaba al frente mío, se encontraba Darío, un amigo de Ana y Paula, que no me sacaba la vista de encima. Darío estaba bien, pero no me atraía demasiado.
Los brindis en nuestra mesa cada vez se hacían más recurrentes, y cualquier excusa ameritaba brindar. Había perdido la cuenta de cuanto había tomado. Ana y Paula estaban tan ebrias como yo. La fiesta llegó a su punto máximo de baile carioca, cotillón, carnaval brasilero, trencito, cuarteto, cumbia y el resto de la típica música de fiesta de casamiento. De pronto estaba bailando con Darío. Dos segundos después estaba besando a Darío, o Darío me estaba besando a mí y viceversa. Minutos más tarde parecíamos novios. Nos desplazábamos por el salón, abrazados, o de la mano, besándonos como enamorados. La escena era romántica y dantesca a la vez. ¿Que hacía yo con Darío? Sin embargo me estaba divirtiendo y no me importaba nada más. La ingesta de alcohol no había cesado, y la borrachera aumentaba. En un momento revelador, alguna parte aun consciente dentro de mí dijo “basta” y decidí que era hora de ponerle fin a la noche. Lamentablemente, poder retirarme a dormir a casa esta vez no estaba en mis manos. Tenía que volver con Ana a su pueblo, a la casa de sus padres, y ambas dependíamos de que Paula, o algún alma caritativa, nos llevara. Era cuestión de ponerme de acuerdo con ellas para emprender el regreso. Algo sencillo de hacer, supuse. Sin embargo Ana no estaba.
- ¿Cómo que Ana se fue, Paula?
- Si, se fue con Pablo, el ex. Me dijo que la busques en el boliche, que seguro después de la fiesta van todos para allá – me respondió Paula tranquilamente. No la inquietaba en lo más mínimo que yo quisiera irme y que no pudiese mantenerme en pie. Ignorándome se alejó con un muchacho que la acompañaba hacia el otro lado del salón. Me quedé parada mirando a la nada. Una mano me roza el brazo. Súbitamente salgo de mi ensimismamiento.
- Si querés te llevamos con los chicos – me ofrece Darío al ver mi cara de pánico.
- Si, por favor – acepto inmediatamente. Estaba mareada, caminaba como pisando huevos, a causa de mi estado beodo, de los malditos tacos y del cansancio. La cabeza me dolía y sentía que los efectos del alcohol estaban haciéndose más potentes a medida que pasaban los minutos. Quería irme a dormir. Necesitaba con urgencia una cama.
Darío buscó a sus amigos. Tal vez eran tres. Más nosotros dos, cinco personas en un auto diminuto, nos dirigíamos en una ruta sinuosa, oscura, en la madrugada, hacia otro pueblo, hacia un boliche, en el cual, con mi borrachera, tenía que encontrar a Ana. Paula había decidido quedarse en la fiesta con aquel muchacho por el cual me ignoró. El auto se detuvo. Me avisaron que estábamos en la puerta del boliche. Yo dormitaba. Traté de despabilarme y entré. La música electrónica perforaba mi cabeza. No distinguía nada en la oscuridad, y los flashes de luces blancas y de colores me irritaban la vista. Todo parecía girar. Daba vueltas y me chocaba con gente. Si Ana estaba, no podía encontrarla. Salí del recinto. Darío me esperaba en la puerta y subimos al auto. No podía ir a casa de Ana. No tenía llave. No podía despertar a los padres de Ana y evitar explicarle por qué Ana no volvía conmigo. Y no estaba en las mejores condiciones para que me vieran. El auto volvía al pueblo vecino y yo me sentía una pasajera en trance, como la canción de Charly. La borrachera continuaba en ascenso en mi cuerpo. Los recuerdos se nublan. Una puerta se abre, beso a Darío, escucho lejana mi risa y la suya. Unas escaleras que suben. Unos escalones que subo. Una cama doble. Una puerta que se cierra. Mis ojos que se abren. La luz del mediodía que inunda una habitación desconocida. Una cabeza extraña al lado de la mía. Mi cuerpo desnudo tapado por una sábana. Un cuerpo desnudo al lado del mío. Unos labios que besan mis labios. Una boca que pregunta ¿dormiste bien preciosa?. Trato de recordar su nombre. Trato de recordar algo. ¿Dónde estoy?. Distingo un vestido de fiesta en la alfombra. Reconozco mi vestido. El casamiento. Ana. Paula. El pueblo de la fiesta. El pueblo de mi amiga. Empiezo a recordar. Empiezo a comprender que estoy varada. La cabeza me estalla, quiero huir, pero…¿Cómo me voy?. Necesito ordenar mis ideas. Necesito despertarme.
- ¿El baño?, pregunto.
- La primera puerta a la derecha, me dice un extraño conocido que me sonríe.
Tomo mi vestido y me lo pongo sobre el cuerpo desnudo. Descalza voy al baño. Veo mi cara en el espejo. La pintura corrida debajo de los ojos. La resaca es evidente en mi rostro. Me lavo la cara con agua fría. No hay jabón y el maquillaje de los ojos no se va del todo. Me pongo la ropa interior y las medias finas, que había llevado hasta el baño. Cuando salgo tropiezo con un posible integrante de la casa que me saluda. Vuelvo a la habitación. Estoy más despierta y dispuesta a irme de inmediato. Me calzo las sandalias. Tomo mi saquito de hilo tejido.
- ¿Vos me llevas a la casa de Ana?, pregunto con la voz temblorosa.
- No tengo auto, contesta Darío con voz queda.
- ¿Y como me voy?, pregunto. No podía pensar con claridad y me estaba desesperando. No tenía cartera, no tenía dinero, no tenía consciencia. ¿Quien me manda a meterme en este enredo?.
- En colectivo, propone tímidamente Darío. Mi cara se transforma.
- No tengo plata, confieso. No traje nada. Mi cartera quedó en la camioneta de Paula. Darío busca su billetera. Saca un billete y extiende su brazo hacia mí.
- Tomá, te doy cinco pesos –Me siento la puta más barata del mundo. Absorta, miro el billete como si esperara que me diera las respuestas que necesitaba– Un peso te sale el remis hasta la terminal –agrega Darío– Y el pasaje te saldrá tres pesos. Más no –Fantástico, pienso, me queda un peso de propina por los servicios prestados.
- ¿No me vas a acompañar a la terminal?
- Y... no puedo, pueblo chico, infierno grande -me dice agachando la mirada.
Un potpurrí de insultos hacia él, y hacia mí, cruzan por mi mente. Desciendo las escaleras, arrastrando la dignidad que me queda, suspiro y abro la puerta. El sol quema, y la claridad ciega mis ojos. Un soleado domingo, allá voy, con mi vestido de noche, con mis indomables tacos, mal desmaquillada, a tomar un remis que me lleve a la terminal, bajo la mirada de todo un pueblo que lee un cartel invisible instalado en mi frente que expresa “noche de reviente”. Como no tener unos lentes de sol para esconderme. En la terminal busco una cabina de teléfonos. Tomo la guía, paso las páginas rápidamente, busco y busco, encuentro el número y marco. El teléfono llama. Una voz conocida dice “hola”.
- ¿Ana?
- ¡Julia! Estaba preocupada. Paula me dijo que te fuiste con Darío. ¿Dónde carajo estás?.
- ¡Que se yo donde estoy!,… estoy en la Terminal del pueblo de tu amigo Darío – Ana suelta una carcajada.
- ¡Borracha! ¿Qué haces ahí? – sigue riendo Ana.
- Borracha vos, que te fuiste ¡y me dejaste en la fiesta!... ¡No te rías!
- Te avisé que me iba y te pregunté si querías venir conmigo. Me dijiste que no. Yo también estaba borracha. Me fui con Pablo a un hotel. Y después fuimos al boliche. No tendríamos que habernos desencontrado.
- ¿Yo te dije que no? No me acuerdo Ana. Creo que te busqué en el boliche. No se. ¡Vení a buscarme, por favor!
- Uh… Julia, no puedo. Mi viejo se llevó el auto. Vuelve tarde.
- Oh… la puta madre!... bueno, me voy en colectivo. Pasa dentro de dos horas recién. Si me vieras acá, vestida de noche esperando el bondi. La gente me mira como si fuera un travesti… o una puta... Dejá de reírte Ana!. Encima me caigo del sueño y de la resaca que tengo.
- Bueno, perdón, pero es muy gracioso – dice Ana conteniendo la risa – ¿Cuándo llegas acá te tomas un taxi para mi casa?
- ¿Taxi? No tengo plata… y tu amigo me dio cinco miserables pesos. Apenas me alcanza para el pasaje y para llamarte. No te rías boluda!!… Más que gracioso esto es patético!– Protesto al borde del llanto – ¡Me quiero ir ya!
- Te espero en la Terminal entonces. Tranqui amiga – me consuela Ana.
Mientras esperaba el colectivo imaginaba las posibles excusas que Ana le habría dado a su madre explicando por qué yo no había vuelto. Se me caía la cara de vergüenza de solo pensarme llegando así vestida a las tres de la tarde, con los padres esperando con la mirada inquisidora en el umbral de la puerta. En el banco de madera de la Terminal no tenía postura, los minutos no pasaban, la gente me seguía mirando con mala cara, la resaca no se iba, el sueño me estaba ganando. Cabeceaba. Felizmente llegó el colectivo que me llevó hacia donde Ana me esperaba, a una hora de ese infierno. Ana estaba esperándome con una sonrisa mezcla de burla y de alegría al verme llegar con semejante traza. Nos fuimos en un taxi hasta su casa. Sentí alivio al saber que sus padres no estaban. Entre risas nos relatamos lo vivido en las últimas horas. Me di un baño reparador. Luego fuimos a orillas del lago con el equipo de mate. Recostada sobre el pasto, escuchando el ruido de las diminutas olas del lago, algunas imágenes de situaciones que parecían vividas por otra persona aparecen en mi mente. Recordé imágenes de la fiesta, del boliche, de la casa a la que me llevó Darío, que resultó ser de un amigo. Recordé incluso que tal había sido el sexo. Y no había valido tanto esfuerzo.
- Ana, ¿te acordás que anoche me puse una bombacha extra, arriba del can-can, para que no se me baje?
- Si, me acuerdo. La negra de encaje. ¿Qué pasa?
- Me la olvidé…
– ¡Ay, Julia! ¡No podes! - Ambas estallamos en risa – ¡Le dejaste un souvenir!
- ¿Me acompañas a un casamiento este fin de semana?.
- ¿A un casamiento? -pregunto sorprendida. Qué iba a hacer en un casamiento al que yo no estaba invitada. – ¿Quien se casa?.
- Se casa un amigo en un pueblo vecino al mío… dale, acompañame… no tengo ganas de ir a casa sola porque estoy peleada con mis viejos. Si venís conmigo no me van a joder.
No me convencía mucho la idea de ir a un casamiento de “colada”, y con gente que no conocía, pero no pude negarme. Con Ana somos amigas y compartíamos la mayoría de salidas a bailar a los boliches de aquella época, y ella me había contando de sus amigos de allá. Todo parecía prometer que nos íbamos a divertir.
Un sábado a la mañana llegamos a la casa de Ana, ubicada a orillas de un lago, donde pasamos un buen rato contemplando el paisaje, conversando y tomando mate. Durante la tarde, tomamos el auto de sus padres y salimos a pasear. Recorrimos el pueblo y visitamos distintas amistades de Ana, que también estaban invitadas al casamiento de esa noche.
– ¿Te dijeron Ana que el festejo es en el club?, pregunta Paula.
– Si, algo escuché. ¿Hay que pagar tarjeta?
– No Ana, no es con tarjeta. Directamente en el club compras la comida – contesta Diego.
– Es “a la canasta”, agrega Paula. – Si vos querés, compras la comida allá, o te llevas lo que vas a comer. Lo que hay que llevar es la bebida.
– Más que “a la canasta” es “a la conservadora”, dice Diego. ¡Llevo la conservadora de camping llena de fernet! – Todos reímos.
Volvimos a casa de Ana ya que estaba oscureciendo y había que prepararse para el casamiento. Íbamos a ir al otro pueblo en la camioneta de Paula. A la Iglesia llegaríamos tarde, así que fuimos directamente a la fiesta. Una vez llegadas al club, Ana me presentó al resto de sus amigos, y compartimos una larga mesa armada con un gran tablón y varios caballetes. Debajo de la mesa había varias de las conservadoras que había mencionado Diego, que desbordaban de botellas de cerveza, fernet, gaseosas y vino tinto. La fiesta se desarrollaba como cualquier otra fiesta de casamiento. La gente cenaba entre risas y brindis después de las exclamaciones de “vivan los novios”, los recién casados recorrían las mesas, sacándose fotos con los invitados. Nuestra mesa, llena de gente joven, tal vez era una de las más divertidas. Y el alcohol abundaba. Ana había divisado en otra mesa al que alguna vez fue su novio y que en los reencuentros solían arder las cenizas nuevamente. Sentado cerca de Paula, que estaba al frente mío, se encontraba Darío, un amigo de Ana y Paula, que no me sacaba la vista de encima. Darío estaba bien, pero no me atraía demasiado.
Los brindis en nuestra mesa cada vez se hacían más recurrentes, y cualquier excusa ameritaba brindar. Había perdido la cuenta de cuanto había tomado. Ana y Paula estaban tan ebrias como yo. La fiesta llegó a su punto máximo de baile carioca, cotillón, carnaval brasilero, trencito, cuarteto, cumbia y el resto de la típica música de fiesta de casamiento. De pronto estaba bailando con Darío. Dos segundos después estaba besando a Darío, o Darío me estaba besando a mí y viceversa. Minutos más tarde parecíamos novios. Nos desplazábamos por el salón, abrazados, o de la mano, besándonos como enamorados. La escena era romántica y dantesca a la vez. ¿Que hacía yo con Darío? Sin embargo me estaba divirtiendo y no me importaba nada más. La ingesta de alcohol no había cesado, y la borrachera aumentaba. En un momento revelador, alguna parte aun consciente dentro de mí dijo “basta” y decidí que era hora de ponerle fin a la noche. Lamentablemente, poder retirarme a dormir a casa esta vez no estaba en mis manos. Tenía que volver con Ana a su pueblo, a la casa de sus padres, y ambas dependíamos de que Paula, o algún alma caritativa, nos llevara. Era cuestión de ponerme de acuerdo con ellas para emprender el regreso. Algo sencillo de hacer, supuse. Sin embargo Ana no estaba.
- ¿Cómo que Ana se fue, Paula?
- Si, se fue con Pablo, el ex. Me dijo que la busques en el boliche, que seguro después de la fiesta van todos para allá – me respondió Paula tranquilamente. No la inquietaba en lo más mínimo que yo quisiera irme y que no pudiese mantenerme en pie. Ignorándome se alejó con un muchacho que la acompañaba hacia el otro lado del salón. Me quedé parada mirando a la nada. Una mano me roza el brazo. Súbitamente salgo de mi ensimismamiento.
- Si querés te llevamos con los chicos – me ofrece Darío al ver mi cara de pánico.
- Si, por favor – acepto inmediatamente. Estaba mareada, caminaba como pisando huevos, a causa de mi estado beodo, de los malditos tacos y del cansancio. La cabeza me dolía y sentía que los efectos del alcohol estaban haciéndose más potentes a medida que pasaban los minutos. Quería irme a dormir. Necesitaba con urgencia una cama.
Darío buscó a sus amigos. Tal vez eran tres. Más nosotros dos, cinco personas en un auto diminuto, nos dirigíamos en una ruta sinuosa, oscura, en la madrugada, hacia otro pueblo, hacia un boliche, en el cual, con mi borrachera, tenía que encontrar a Ana. Paula había decidido quedarse en la fiesta con aquel muchacho por el cual me ignoró. El auto se detuvo. Me avisaron que estábamos en la puerta del boliche. Yo dormitaba. Traté de despabilarme y entré. La música electrónica perforaba mi cabeza. No distinguía nada en la oscuridad, y los flashes de luces blancas y de colores me irritaban la vista. Todo parecía girar. Daba vueltas y me chocaba con gente. Si Ana estaba, no podía encontrarla. Salí del recinto. Darío me esperaba en la puerta y subimos al auto. No podía ir a casa de Ana. No tenía llave. No podía despertar a los padres de Ana y evitar explicarle por qué Ana no volvía conmigo. Y no estaba en las mejores condiciones para que me vieran. El auto volvía al pueblo vecino y yo me sentía una pasajera en trance, como la canción de Charly. La borrachera continuaba en ascenso en mi cuerpo. Los recuerdos se nublan. Una puerta se abre, beso a Darío, escucho lejana mi risa y la suya. Unas escaleras que suben. Unos escalones que subo. Una cama doble. Una puerta que se cierra. Mis ojos que se abren. La luz del mediodía que inunda una habitación desconocida. Una cabeza extraña al lado de la mía. Mi cuerpo desnudo tapado por una sábana. Un cuerpo desnudo al lado del mío. Unos labios que besan mis labios. Una boca que pregunta ¿dormiste bien preciosa?. Trato de recordar su nombre. Trato de recordar algo. ¿Dónde estoy?. Distingo un vestido de fiesta en la alfombra. Reconozco mi vestido. El casamiento. Ana. Paula. El pueblo de la fiesta. El pueblo de mi amiga. Empiezo a recordar. Empiezo a comprender que estoy varada. La cabeza me estalla, quiero huir, pero…¿Cómo me voy?. Necesito ordenar mis ideas. Necesito despertarme.
- ¿El baño?, pregunto.
- La primera puerta a la derecha, me dice un extraño conocido que me sonríe.
Tomo mi vestido y me lo pongo sobre el cuerpo desnudo. Descalza voy al baño. Veo mi cara en el espejo. La pintura corrida debajo de los ojos. La resaca es evidente en mi rostro. Me lavo la cara con agua fría. No hay jabón y el maquillaje de los ojos no se va del todo. Me pongo la ropa interior y las medias finas, que había llevado hasta el baño. Cuando salgo tropiezo con un posible integrante de la casa que me saluda. Vuelvo a la habitación. Estoy más despierta y dispuesta a irme de inmediato. Me calzo las sandalias. Tomo mi saquito de hilo tejido.
- ¿Vos me llevas a la casa de Ana?, pregunto con la voz temblorosa.
- No tengo auto, contesta Darío con voz queda.
- ¿Y como me voy?, pregunto. No podía pensar con claridad y me estaba desesperando. No tenía cartera, no tenía dinero, no tenía consciencia. ¿Quien me manda a meterme en este enredo?.
- En colectivo, propone tímidamente Darío. Mi cara se transforma.
- No tengo plata, confieso. No traje nada. Mi cartera quedó en la camioneta de Paula. Darío busca su billetera. Saca un billete y extiende su brazo hacia mí.
- Tomá, te doy cinco pesos –Me siento la puta más barata del mundo. Absorta, miro el billete como si esperara que me diera las respuestas que necesitaba– Un peso te sale el remis hasta la terminal –agrega Darío– Y el pasaje te saldrá tres pesos. Más no –Fantástico, pienso, me queda un peso de propina por los servicios prestados.
- ¿No me vas a acompañar a la terminal?
- Y... no puedo, pueblo chico, infierno grande -me dice agachando la mirada.
Un potpurrí de insultos hacia él, y hacia mí, cruzan por mi mente. Desciendo las escaleras, arrastrando la dignidad que me queda, suspiro y abro la puerta. El sol quema, y la claridad ciega mis ojos. Un soleado domingo, allá voy, con mi vestido de noche, con mis indomables tacos, mal desmaquillada, a tomar un remis que me lleve a la terminal, bajo la mirada de todo un pueblo que lee un cartel invisible instalado en mi frente que expresa “noche de reviente”. Como no tener unos lentes de sol para esconderme. En la terminal busco una cabina de teléfonos. Tomo la guía, paso las páginas rápidamente, busco y busco, encuentro el número y marco. El teléfono llama. Una voz conocida dice “hola”.
- ¿Ana?
- ¡Julia! Estaba preocupada. Paula me dijo que te fuiste con Darío. ¿Dónde carajo estás?.
- ¡Que se yo donde estoy!,… estoy en la Terminal del pueblo de tu amigo Darío – Ana suelta una carcajada.
- ¡Borracha! ¿Qué haces ahí? – sigue riendo Ana.
- Borracha vos, que te fuiste ¡y me dejaste en la fiesta!... ¡No te rías!
- Te avisé que me iba y te pregunté si querías venir conmigo. Me dijiste que no. Yo también estaba borracha. Me fui con Pablo a un hotel. Y después fuimos al boliche. No tendríamos que habernos desencontrado.
- ¿Yo te dije que no? No me acuerdo Ana. Creo que te busqué en el boliche. No se. ¡Vení a buscarme, por favor!
- Uh… Julia, no puedo. Mi viejo se llevó el auto. Vuelve tarde.
- Oh… la puta madre!... bueno, me voy en colectivo. Pasa dentro de dos horas recién. Si me vieras acá, vestida de noche esperando el bondi. La gente me mira como si fuera un travesti… o una puta... Dejá de reírte Ana!. Encima me caigo del sueño y de la resaca que tengo.
- Bueno, perdón, pero es muy gracioso – dice Ana conteniendo la risa – ¿Cuándo llegas acá te tomas un taxi para mi casa?
- ¿Taxi? No tengo plata… y tu amigo me dio cinco miserables pesos. Apenas me alcanza para el pasaje y para llamarte. No te rías boluda!!… Más que gracioso esto es patético!– Protesto al borde del llanto – ¡Me quiero ir ya!
- Te espero en la Terminal entonces. Tranqui amiga – me consuela Ana.
Mientras esperaba el colectivo imaginaba las posibles excusas que Ana le habría dado a su madre explicando por qué yo no había vuelto. Se me caía la cara de vergüenza de solo pensarme llegando así vestida a las tres de la tarde, con los padres esperando con la mirada inquisidora en el umbral de la puerta. En el banco de madera de la Terminal no tenía postura, los minutos no pasaban, la gente me seguía mirando con mala cara, la resaca no se iba, el sueño me estaba ganando. Cabeceaba. Felizmente llegó el colectivo que me llevó hacia donde Ana me esperaba, a una hora de ese infierno. Ana estaba esperándome con una sonrisa mezcla de burla y de alegría al verme llegar con semejante traza. Nos fuimos en un taxi hasta su casa. Sentí alivio al saber que sus padres no estaban. Entre risas nos relatamos lo vivido en las últimas horas. Me di un baño reparador. Luego fuimos a orillas del lago con el equipo de mate. Recostada sobre el pasto, escuchando el ruido de las diminutas olas del lago, algunas imágenes de situaciones que parecían vividas por otra persona aparecen en mi mente. Recordé imágenes de la fiesta, del boliche, de la casa a la que me llevó Darío, que resultó ser de un amigo. Recordé incluso que tal había sido el sexo. Y no había valido tanto esfuerzo.
- Ana, ¿te acordás que anoche me puse una bombacha extra, arriba del can-can, para que no se me baje?
- Si, me acuerdo. La negra de encaje. ¿Qué pasa?
- Me la olvidé…
– ¡Ay, Julia! ¡No podes! - Ambas estallamos en risa – ¡Le dejaste un souvenir!
17 Comentarios:
me encanta sabina
me encanta esa cancion
me encanto la historia
me cague de risa
Demasiadaaaaaaassss!! jajjajQue situacion nena!!! Ahora suena gracioso, pero no me hubiera gustado estar en tu lugar. Que tipo horrible! Supongo que nunca mas lo volviste a ver...
Lo vi, pero no intencionalmente. Intenté hacerme la gila para que no me viera, pero me vio. Y vino a saludarme como si se hubiese comportado como un galan. No entendía por qué osaba cortarle el rostro. Y no lo vi más.
me mato lo del suovenir!! ja, ja...
Que feo momentoooo!! jajajajaja pero visto desde afuera es trajicómico. Muy bien lo del souvenir, eso por no acompañarte a la terminal =P
Espero que la bombacha "extra", no haya sido una de esas fajas reductoras jaja!!!!!Me muero de la vergüenza. El tipo un miserable............, pero como siempre Julia dejando buenas moralejas, para saber que "no hacer". La próxima vez que vaya a una fiesta no llevaré ropa interior ....
Excelente conclusión Afrodita! ja, ja. Y no era una faja reductora, estaba buena, era de encaje negro tipo culote. Lamenté su pérdida
La verdad que es para hacerlo cagar a ese Dario, jaja para colmo se quedo con un regalito que seguro debe usar de vez en cuando por tan mariocon de no dar la cara a la situacion, que es eso de pueblo chico... a caso era el cura del pueblo???
vos bien Julia, con la frente en alto y con el animo por el suelo, pero avanti...!!!!
Garotinha, buenísimo lo del cura del pueblo! ja, ja..
Es una buena pregunta, siempre me hubiese gustado saber qué carajo hizo con mi bombacha, ja, ja.
capaz que despues de que se quedo con tu bombancha se convirtio en un fetichista y le pide a todas sus novias y amantes que le dejen la chabomba y las tiene a todas en un altar
o se la regalo a alguna mina
Anónimo, pienso que te estás tomando las historias muy seriamente, y te imagino anotando cada detalle en tu agenda, para poder llevarlo a cabo, en las próximas citas.
Lo del teléfono inalámbrico te dejo loco, la colección de bombachas es materia pendiente, cargar la billetera de forros está listo. Que mas te falto???
anónimo 1: que bueno que te encantó todo. Seguí pasando
anónimo 2: muy ocurrente lo del fetichismo, pero me muero si tiene mi calzón en un altar! ja, ja.
anónimo 3: que anote todo lo que no hay que hacer! ja, ja.
HAY JULIA.....CUANTOS RECUERDOS EN UNAS LÍNEAS....y las ligas???? y el recipiente metálico para el fernet???....y Ariel en el auto antes que Pablo en el hotel????...seguimos recordando....
Ana querida!! hubo mucho descontrol en esa fiesta como para andar con detalles! Apenas recuerdo lo que hice, no me acordaba de tus andanzas. Tal vez tenga que contar los distintos puntos de vista del casorio, por ej. como fue la fiesta para vos . y como fue para Lore.
Del jarrito de fernet me acuerdo.
¡Como me van a llamar para ponerme la liga si no conocía ni a los novios! En ese pueblo están todos locos (además de borrachos)!! y despues uno me sale con "pueblo chico, infierno grande"... más que infierno, un nosocomio!!!!!Ja. ja..
Besos amiga!! seguí pasando!!
Debo ser muy corta mambos yo,
pero lo único que puedo pensar es:
¿¿te cuidaste??
GBF: Yo también lo pensé. Y lo recordé. Y encontré la evidencia al otro día. Sí! me cuidé.
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