Donde pongo el ojo, pongo la bala

La madrugada de un sábado llegamos a Cusco e inmediatamente buscamos el hostel que nos habían recomendado unos viajeros y que además sugirieron que pasemos el dato porque "si van muchos les hacen precio". María, Rosario y yo hicimos sociales en el colectivo y reclutamos 6 turistas, coindentemente todos hombres.
Una vez instaladas, salimos ansiosas a buscar el paquete turístico que nos cumpliera el anhelo de conocer Machu Picchu. Dos de los chicos que se hospedaron en "nuestro hostel" se sumaron con nosotras en todas las excursiones, incluidas las ruinas.
Por cuestiones de horarios del tren y lugar disponible, el primer destino fue Aguas Calientes, para ascender al Machu al día siguiente, y las excursiones de Cusco y los Valles Sagrados quedaron para después. Con Franco y Martín compartíamos también las comidas y algunas salidas nocturnas. Franco me gustaba, físicamente y su forma de ser. Martín, en cambio, es uno de los tipos más quisquillosos y quejosos que conocí.
De regreso a Cusco, salimos a recorrer la noche cusqueña los 5. Luego del happy hour de mojito y pisco sour estábamos todos bailando.
- Los chicos no se despegaron de nosotras, ¿tendrán interés en alguna? - me pregunta María.
- No se, parecen muy tímidos si lo tuvieran. Franco es un divino.
La noche siguió su curso, y Rosario fue la primera en partir hacia el hostel a dormir. María la secundó media hora después. Y yo me quedé con ellos. Pero no pasaba nada. Cuando me sentí demás, porque no quería pecar de pesada, me fui a descansar.
Al dia siguiente, muy temprano en la mañana teníamos programado el recorrido que había quedado pendiente. Llegamos a horario, la guía nos esperaba con una planilla, corroboró nuestros nombres, pero faltaban los chicos. Habíamos acordado encontrarnos allí directamente. La guía no quería salir hasta que no lleguasen, y volví para buscarlos, ya que si habían decidido no ir, nos estaban retrasando.
Minutos después regresé a las corridas informando que no iban a venir y subimos al omnibus lleno de turistas molestos por esperarnos.
- ¿Que pasó? - intrigada indagó Rosario. María se acercó para escuchar
- Se acostaron muy tarde, estaban cansados, pero no saben lo que acabo de descubrir. Ahora entiendo todo.
-¿Qué? - preguntaron al unísono.
- ¡Franco es gay!. Es decir, son gay, son pareja - la chicas abrieron sus ojos y me escuchaban atentamente - Franco demoró mucho en atender - continué - seguramente se estaba vistiendo, y los escuchaba cuchicheando. Martín estaba en el baño cuando Franco abrió la puerta. Mientras me decía que no venían, sin querer mi mirada recorrió la habitación. Dos camas. Una tendida, impoluta, la otra revuelta. Entendí todo.
- Claro - agregó María - la única forma de aguantarlo a Martín es amándolo.
- Y en ningún momento ninguno de los dos mostró ni un signo de homosexualidad - añadió Rosario.
Rumbo a la primer parada de la excursión, todavía anonadada, naufragaba en mis pensamientos. Y un adagio resonó en mi mente. Algunos dichos debería modificarlos según mis vivencias. Entonces sentencié: Donde pongo el ojo, seguro que es bala.