No sos vos. ¿Soy yo?... Parte I

Algo debo estar haciendo mal, pensé, mientras repasaba mentalmente mis últimos encuentros desencontrados con el sexo masculino. Busqué un denominador común en todas mis experiencias, y no me llevé demasiada sorpresa al darme cuenta que el factor que se repetía era yo. ¿Seré yo el problema?. Recordé entonces un episodio de Sex and the City en el que Carrie decide ir a terapia ante la insistencia de sus amigas de que su problema consiste en elegir mal a los hombres y ella lo negaba. A diferencia de Carrie, no lo niego, y no necesito que un terapeuta ni mis amistades me revelen dicha verdad. Tengo la certeza de que yo elijo mal a los hombres. Conozco la consecuencia pero me falta encontrar la causa. El por qué sigue siendo un misterio para mí.
Esa noche me juntaba a cenar con mis amigas. Mientras nos ponemos al día, Emilia comenta que conoció a un amigo de su sapo, y que era digno de presentación:
– Y pensé en vos Julia, ¿qué opinas?.
– ¿Ah si?. ¿Y por qué en mí?. No soy la única soltera.
– Porque le hice algunas preguntas de que tipo de mujer le gusta y vos entrás en su target.
– Ah, bien. ¿Y él entra en el mío?.

Mi última pregunta fue de lo más retórica. Sólo quería una descripción. Confieso que no tengo un target definido. No hay un tipo de hombre que me guste. No puedo etiquetarlos siquiera cuando no me gustan. Salvo contadas excepciones.

– Es rugbier – dice Emilia con cara de preocupación – es grandote, alto, un morocho interesante, cara de macho, divertido – continúa.

A Sofía y María les brillaban los ojos. Empezaron a hablar de las dotes estéticas de estos muchachos. En cambio a mi la palabra rugbier me causa un efecto distinto. Entiendo que a mis amigas les encante ver un partido de Los Pumas para ver glúteos firmes, espaldas anchas y cuadriceps perfectos. En cambio a mí me retrotrae a mi colegio secundario. Ir a ver un partido de rugby del Atletic contra el Jockey era cosa de las lindas. Jamás acepté una invitación. Me importaba un comino que los chicos estuvieran buenos. Para mí emular una conducta de las lindas era caer presa de la frivolidad. Equivalía a disfrutar de un recital de Luis Miguel llorando a moco tendido, gritando desaforadamente al borde del desmayo, o a ver un programa de Susana Giménez completo y repetir sistemáticamente "qué divina". Estaba en contra de mis principios y de mi normal tolerancia.

Sin embargo, en mi preconcepto de rugbier no entra todo sujeto que jugó alguna vez o juega al rugby. Existen algunas diferencias sustanciales. El rugbier al que le gusta el fútbol, el tenis, o cualquier otro deporte, por más que no lo juegue, y que tenga otras amistades además de sus compañeros de vestuario, se merece todo mi respeto. En cambio aquél que piensa que sólo el rugby existe, que no ve un partido de fúlbol ni cuando estamos en el mundial, y que anda pegoteado todo el santo día con aquellos hombres a los que se hartó de ver desnudos en el vestuario o que se cansó de apoyarle su cabeza en sus culos cuando hacen un scrown, me provoca un cierto rechazo y ciertas dudas. A estos últimos los considero rugbier y los imagino al lado de una chica Cosmo, una chica de vidriera que pasean como una propiedad más, mientras yo estoy más cerca de una chica Almodóvar. Somos incompatibles.

– ¿Salimos a cenar los cuatro, Julia? – pregunta Emilia – ¿o se lo presento a otra?.

Y si estoy eligiendo mal, me dije, tal vez debiera probar la elección de mi amiga. Y acepté. Dejé mis prejuicios de lado. Me esperaba una cita a ciegas. Me esperaba un cheto.

[Continuará]